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Capítulo uno

LUCA CORRIÓ a toda velocidad por la alfombra y con un gran salto aterrizó sobre el montón de mantas, sobresaltando a Grier y a Lil, despertándolos de un pesado sueño.

—¡Papá, está nevando!

—Estupendo —contestó Grier entre dientes.

—Vamos —dijo Luca impaciente, dándole un tirón a las mantas. Moviendo el otro cuerpo que yacía acurrucado bajo el cálido edredón—. Por favor, ¿papi?

—Jesús, María y José… Desearía que este niño no fuera tan madrugador —murmuro Lil, luchando por despertarse. Abrió un ojo y se encontró con la cara de Luca a pocos centímetros de distancia, mirándolo impaciente—. ¿Qué pasa, cariño?

—Eztá nevando —gritó Luca, ceceando a causa de la excitación—.Tenemos que ir afuera y hacer ángeles.

—Oh, Cristo —gimió Lil, dándole a Grier un ligero codazo—. Levántate.

—Tú también —tartamudeó Grier—. No hago esto porque me apetezca.

—¿Qué es exactamente lo que estamos haciendo? —preguntó Lil, apartando el edredón y sentándose a regañadientes—. Luca, ¿tienes idea de cuánto odio la nieve?

—¿Por qué?

—Porque es muy fría.

—Se supone que debe de ser fría, papi. ¡Es nieve!

Lil suspiró derrotado.

—¿Al menos tengo un par de guantes?

—Compramos unos el otro día en L.L. Bean —dijo Grier entre dientes, levantando finalmente la cabeza de la almohada—. Están hechos para mantener el calor hasta en condiciones de diez grados bajo cero.

—¡Menuda mier… miel, menuda miel! No estará haciendo tanto frío, ¿verdad?

—Se refiere a la sensación térmica —dijo Grier.

—Genial. Te das cuenta de que mi sangre todavía no se ha espesado, ¿verdad? Solo llevo aquí cinco meses.

—¿Entonces soy el único que ha estado ardiendo a fuego lento desde entonces?

Lil le devolvió la sonrisa a la hermosa cara de Grier.

—Silencio, hay pequeños oídos presentes.

—¿Papi? ¿Te levantas o qué?

—Oh, ya estoy levantado —dijo Lil con mordacidad.

Grier miró a hurtadillas debajo de la manta y vio que Lil definitivamente estaba levantado. Mirando a los ojos a su amante, le hizo un guiño cómplice.

—Luca, ve a vestirte. Papi y yo iremos en un minuto.

—¿Lo prometes? ¿No más arrumacos?

—¿Ha dicho arrumacos o abrazos?

—¿Hay alguna diferencia?

—Conoce bien a sus papás.

—Se pasa de listo —dijo Grier en voz baja—. Lo prometo, Luca. ¡Ahora date prisa!

Cuando por fin salió el pequeño, Lil se deslizó nuevamente bajo el cálido edredón y estuvo encantado cuando Grier se acercó a él.

—Abrázame durante un segundo.

—Mira que tenemos suerte de que nieve justo en nuestro fin de semana con Luca.

—Es diciembre —señaló Grier—. ¿Pensaste que estábamos bromeando cuando te advertimos sobre este clima de mierda?

—Obviamente no, pero soy un soñador.

—Eres maravilloso —dijo Grier, dejando un rastro de besos sobre el torso de Lil mientras hacía su camino hacia el sur.

—Grier, no empieces.

—Solo nos tomará un minuto.

—¿Qué ocurre si regresa?

—Estaré debajo de las mantas.

—Te gusta vivir al límite, ¿verdad? —Lil se quedó sin aliento cuando sintió la cálida boca de su amante engullirlo en un solo movimiento—. Oh Dios —gimió, cerrando los ojos y dejando que Grier lo transportara a un lugar mucho más caliente.

Saber lo que le esperaba fuera del apartamento no era suficiente para frenar su necesidad por Grier, que se había profundizado desde su llegada el pasado agosto. Eran como recién casados, no podían mantener sus manos lejos del otro. El mayor problema era encontrar el momento adecuado, especialmente cuando Luca estaba por allí. Grier estaba decidido a ser un padre modelo y parte de ello era evitar cualquier comportamiento fuera de lo normal. Él quería que las experiencias en la infancia de Luca fueran iguales a las de cualquier otro niño criado en una familia tradicional. La diferencia, por supuesto, estaba en que su padre era homosexual.

Explicarle a Luca su orientación sexual fue una de las cosas más difíciles que Grier había hecho en su vida, pero estaba completamente convencido a ser honesto después de todas las mentiras que se habían perpetuado desde el nacimiento del niño. Luca había recibido las explicaciones con gran naturalidad, ayudado en gran parte por el amor que sentía hacia Grier y Lil, al que cariñosamente había apodado como “papi”. El hecho de que su padre y su papi compartieran cama era irrelevante para el niño de ocho años.

La madre de Luca, Jillian, era otra historia. Enfureció cuando el tribunal otorgó la custodia compartida a Grier, especialmente cuando se enteró de que compartía casa con Lil. Ella protestó vehementemente, diciéndole al juez que Luca sería “desviado” por dos homosexuales. Afortunadamente, el juez no se dejó influir por su violento alegato, siendo generoso y justo en extremo sobre sus derechos parentales. Sin embargo, les aseguró que Grier tenía que ser mejor que el resto de los padres, por la sencilla razón de que era homosexual y las cartas estaban en su contra. Todo esto se dijo en la privacidad de la oficina del juez después de que se anunciara el veredicto.

Un movimiento equivocado y Jillian lo podría llevar de regreso a los tribunales y pedir la custodia exclusiva. Hasta ahora, Grier y Lil habían sido modelos de moderación, y apenas se tocaban el uno al otro en presencia de Luca. Mantenían sus demostraciones de afecto en público al mínimo. Solo ir de la mano y abrazarse era aceptable, así como algún beso ocasional.

Establecieron varias reglas, como llamar a la puerta antes de entrar, enseñándole a Luca cómo respetar su espacio y la necesidad de tener privacidad. El rudo despertar de esta mañana se había salido de lo común debido a la emoción de la primera nevada, pero Lil hizo planes para mencionarlo posteriormente. Él no quería tener el papel del padrastro malvado, pero si quería formar parte de esta familia, necesitaba poder hablar con franqueza y disciplinar a Luca cuando fuera necesario. Lil no creía en el castigo corporal, ni tampoco Grier, pero las reglas estaban establecidas por una razón y romperlas siempre tenía un precio.

La cordura de Lil, además de su paciencia, estaban siendo probadas diariamente desde que dejara su vida de soltero y su cómoda existencia en el área de la Bahía. Convertirse en pareja y padre instantáneamente no había sido algo exento de problemas. El principal objeto de discusión se centraba en la necesidad de tener más espacio. Grier había alquilado un pequeño apartamento de dos dormitorios en Elk Grove Village a fin de que pudieran permanecer en la zona de la escuela de Luca y así no tener que someter al niño a más cambios de los necesarios. Sin embargo, estaba muy lejos del lujoso apartamento al que Lil estaba acostumbrado. Había perdido su cama, su cocina, su asombroso cuarto de baño y estaba cansado de pedirle a Grier que reconsiderara su decisión de alquilar solo lo que él podía permitirse. Lil tenía suficiente dinero para todos y si mudarse a una casa resolvía la mayor parte de los problemas que tenían, entonces Grier necesitaba aceptar la verdad y aguantarse. Estaba enamorado de un hombre adinerado acostumbrado a cierto nivel.

Lil empujó todos los pensamientos negativos de su mente y se concentró en las dulces sensaciones provocadas por el creativo hombre debajo de las sábanas. Como Grier prometió, hizo su magia y Lil estaba a punto de correrse en cuestión de minutos. Cada movimiento de los músculos de la garganta le producía sensaciones que Lil no podía ni siquiera empezar a describir. La aptitud de su pareja en la cama le compensaba por todos los otros inconvenientes que tenía que soportar.

Los golpes en la puerta y la pequeña voz diciéndoles que se apresuraran, les despertaron de su mundo de ensueño e hizo que dejaran la cálida cama a regañadientes, poniéndose rápidamente las capas de ropa necesarias para sobrevivir a un día frío de diciembre en los suburbios de Chicago.

Lil estaba en el aparcamiento, parecía el hombre Michelin con su enorme chaqueta, que hacía juego con los pantalones y botas de nieve. Su cabeza estaba cubierta con un gorro Polartec y tenía unas gafas oscuras para resguardarlo del resplandor que rebotaba contra la prístina nieve. Lil miró su precioso Mercedes Benz cubierto de blanco y gimió.

—Otra razón para mudarse.

—¿De qué hablas? —preguntó Grier, apoyando su brazo sobre el hombro de Lil.

—Si tuviéramos una casa, tendríamos un garaje donde nuestros vehículos estarían a salvo de los elementos y no tendríamos que palear.

—Tendríamos que palear el camino de acceso.

—Podríamos contratar a alguien.

—No seas ridículo. ¿Por qué pagarle alguien cuando tú y yo somos perfectamente capaces de hacerlo?

—¿Qué pasa si no quiero?

—Deja de actuar como una princesa.

Lil frunció el ceño y miró enfadado la sonriente cara de Grier.

—El hecho de que me niegue a tener que lidiar con la nieve no me convierte en una princesa.

—Sí, lo hace. La gente ha lidiado con la nieve desde siempre.

—¡La gente de aquí! Yo estoy acostumbrado al perpetuo brillo de sol.

—Y a los terremotos, la sequía y la locura general de San Francisco.

—Oh, ya basta.

Grier lo besó rápidamente.

—Yo también te quiero —le dijo, dándole a Lil una pala grande de plástico—. Desentierra a tu bebé.

—Mierda…

Treinta y cinco minutos más tarde, el Mercedes estaba limpio y con el motor en marcha.

—¿Por qué arrancaste el coche? —preguntó Grier, abriendo la puerta.

—Me voy en busca de una casa.

—No, no lo harás —dijo Grier, sujetando el brazo de Lil—. No nos mudaremos.

—Ya lo veremos —masculló Lil, saliendo del vehículo. Dejó el coche encendido y cerró la puerta activando el cierre con la llave—. Por lo menos ¿no podemos ver las ofertas que hay?

—Quieres desperdiciar nuestro fin de semana dando vueltas para mirar casas que no vamos a tener.

—¿Por qué eres tan terco?

—No puedo permitirme una casa ahora mismo. Cuando termine la escuela y tenga un trabajo mejor, podemos hablar de ello —dijo Grier. Después se metió dos dedos en la boca y le silbó a Luca, que estaba construyendo un muñeco de nieve.

—No quiero entrar aún —dijo Luca, un poco jadeante después de su carrera a través del aparcamiento. Sus mejillas estaban tan rojas como manzanas y la nieve cubría su traje, pero parecía imperturbable.

—Amor, ¿no tienes frío?

—¡ No! Vamos, Papi. Tenemoz que hacer el ángel de nieve.

—Tenemos, Luca —dijo Lil, enfatizando la “s” en la palabra. El logopeda había hecho maravillas en poco tiempo, pero Luca recaía cuando se entusiasmaba.

Luca frunció la frente y juntó los dientes.

—Tenemos.

—Mucho mejor.

—¿No podemos quedarnos fuera un poco más, porfis?

—Está bien —dijo Grier arrastrando a Lil de la mano—. Vamos a jugar.

Lil negó con la cabeza.

—No.

Grier y Luca arrastraron al hombre que seguía protestando por el aparcamiento, pero cuando llegaron al césped nevado, Lil se reía, y la incomodidad momentánea fue olvidada ante la vista de sus dos chicos favoritos disfrutando del aire libre. Lil se preguntó si alguna vez se acostumbraría a este tipo de clima, pero por el momento, todavía era una novedad y él recogió un puñado de nieve y la estrelló contra el montón que Luca había empezado. Trabajando en sincronía, convirtieron al muñeco de nieve, de gordo y deforme en alto y fuerte.

—Necesitamos una zanahoria para la nariz y algo para los ojos y la boca —dijo Luca.

—Iré a buscar algo —se ofreció Lil. Cruzó el aparcamiento hasta la entrada del edificio, apagando el motor del coche con el control remoto.

Esperaba poder convencer a Grier para que fuera más razonable con respecto al asunto del dinero, pero este era tan terco como orgulloso. Se negaba a aceptar dinero de Lil, aparte de un cheque para pagar la mitad del alquiler y los gastos. Pero eso también había sido una gran batalla y la única razón por la que Grier había cedido fue porque Lil había amenazado con subir a un avión y llevarse su fabuloso culo a San Francisco. Sin embargo, Grier insistía en vivir dentro de sus posibilidades. Los comentarios sarcásticos que Jillian había hecho diciéndole que era solo el juguetito mantenido de Lil, habían servido para reforzar su determinación de quedarse en el apartamento cuando fácilmente se podían haber mudado a algo dos veces más grande. Lil no podía entender esa clase de orgullo, pero una parte de él admiraba la necesidad de Grier de ser autosuficiente.

Abrió la puerta del diminuto apartamento al que llamaban hogar y tropezó con Bianca, la gatita Himalaya que compartía su abarrotado espacio. Ella había estado esperando a que Luca regresara, mientras que Sebastián, el orgullo y la alegría de Lil, se encontraba observando desde lo alto de la nueva torre con rascador que le habían comprado a su llegada. Lil había esperado persuadir a su felino quisquilloso con engaños para que aceptara a su nueva “hermana” con un juguete parecido a un rascacielos alfombrado, pero el gato permaneció distante. Probablemente se preguntaba cuándo recobraría su amo la cordura y volarían de regreso a su confortable casa en el área de la bahía.

Bianca dejó escapar un fuerte gemido cuando Lil le pisó la cola y, tropezando al intentar liberarla, golpeo su espinilla contra la mesita de café maldiciendo contra todo cuando un relámpago de dolor corrió por toda su pierna.

—¡Maldita mesa, pedazo de mierda!

Lil se cuidaba de no usar palabrotas alrededor de Luca, pero el dolor las hacía salir como en una letanía medio inconsciente.

—Esta es la gota que colma el vaso —aseguró, decidido a encontrar un lugar más grande antes de cometer algún acto atroz que hiciera que Grier lo mandara a dormir a la caseta del perro, o aún peor, a la cárcel.

Podía verse a sí mismo perdiendo los estribos por otro incidente estúpido causado por el desorden monumental. Aún vivía entre cajas, mientras gatos y humanos se tropezaban inesperadamente unos con otros constantemente. No era la situación ideal para conseguir conocer a alguien, especialmente a alguien de quien estaba enamorado. No quería dejar que el dinero arruinara una buena relación, pero era lo suficientemente honesto para admitir que no podía aguantar mucho más.

Las palabras que solía decir su madre se repetían dentro de su cabeza: «Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana». ¡No me digas! Vivir en una buhardilla porque no se tenía alternativa era una cosa, pero él tenía suficiente dinero en el banco como para comprar una jodida mansión. Se condenaría antes de permitir que el orgullo y la estupidez se metieran en medio. Cojeó hasta el escritorio que Grier había instalado en la combinación de sala de estar y comedor, dio un clic sobre una página de bienes raíces y comenzó a navegar como un camello en busca de agua.