Sabores

Volumen 2 de la serie “Horizontes”

Lo que debería haber sido un breve interlvalo de vacaciones se convierte en algo más profundo cuando Lil Lampert conoce a Grier Dilorio en la feria de Los sabores de Chicago. Lil está de paso en la ciudad visitando a sus buenos amigos, Jody Williams y Clark Stevens, sin ninguna intención de relacionarse con un hombre más joven y descubrir un amor mutuo por la arquitectura, el diseño de interiores y unas preferencias sexuales muy peculiares que lo tienen enganchado y con necesidad de más.

A todas luces, Grier es el clásico chico malo al que le encanta la velocidad, los tatuajes y el cuero, pero poco a poco Lil va descubriendo su otra faceta: desinteresado, responsable y tierno, especialmente con Luca, el hijo al que tuvo que negar. Con el amor y el apoyo de Lil, Grier tomará una decisión clave para abrir la puerta a un posible futuro juntos, uno que incluya la paternidad, algo con lo que Lil había soñado pero que nunca se había atrevido a explorar.

Cover Artist: Reese Dante

Translator: Rocío Ares


Capítulo 1

 

 

—ESTO ES como un trocito de cielo, ¿verdad? —exclamó Lil, saboreando el bocado de pastel de queso con fresas que se acababa de llevar a la boca. Cuando no recibió respuesta se giró 180º para buscar a Jody o a Clark, pero enseguida se dio cuenta de que se habían separado otra vez. No era una sorpresa, considerando la cantidad de personas que atestaban el puesto de pasteles de queso de Eli.

Así había sido la mayor parte del día, se habían perdido y reencontrado entre la marea de turistas y gente local que, desafiando el calor, asistían a la feria anual de Los sabores de Chicago. Cuando Jody había sugerido asistir, le había advertido a Lil de todos los inconvenientes, pero también había ensalzado las virtudes de formar parte de esta tradicional feria. Una vez al año, en pleno verano, miles de habitantes de la ciudad y de los estados vecinos se dirigían a Grant Park para disfrutar de la mayor feria de comida del medio oeste. Centenares de vendedores montaban puestos ofreciendo una enorme variedad gastronómica, tanto de especialidades locales como de comidas más exóticas, introducidas por la diversa población de emigrantes que conformaban la ciudad de Chicago. Era una oportunidad perfecta para obtener una pequeña porción de comida o una ración completa, dependiendo del apetito y del presupuesto, mientras se recorrían los interminables pasillos repletos de tentadoras delicias. Otra gran parte del festival, e igualmente popular, era la música. Durante los diez días que duraba, cantantes y músicos famosos actuaban en el Petrillo Music Shell y demás escenarios del parque.

Hacía un calor húmedo que rayaba en lo desagradable, el lugar era tan ruidoso y estaba tan atestado, que era fácil verse arrastrado por la multitud que llenaba los pasillos como una gran marea humana. Lil se había aventurado a atiborrar su alto y desgarbado cuerpo, que a pesar de su edad aún conservaba un aspecto juvenil, con una gran variedad de comida. Se había comido una mazorca de maíz, un trozo de pizza, carne italiana cocinada en su jugo, bulgogi coreano y rollitos de huevo filipinos. Incluso había probado un muslo de pavo a la parrilla, pero acabó tirando la mayor parte para probar la samosa que captó su atención cuando pasó por un puesto de comida típica de la India oriental. Se detuvo allí un buen rato, saboreando el biryani vegetal y el curry con pollo, disfrutando de la explosión de sabores cuando las picantes especias asaltaron sus papilas gustativas.

Jody y Clark habían estado con él casi todo el tiempo, y aunque se perdían en aquella muchedumbre, lograban reencontrarse tan solo unos minutos más tarde. Como era de esperar, la pareja apareció de nuevo unos puestos más adelante.

—¿Todavía no estás lleno? —preguntó Clark, viendo cómo Lil le daba un mordisco a un trozo pastel de queso con chocolate.

—Estoy a punto de vomitar —contestó haciendo una mueca—. Sería fantástico que habilitaran una enfermería para las personas que quieran hacerlo o donde pusieran enemas, así podríamos continuar ingiriendo comida sin ningún control.

Jody se inclinó para intentar quitarle el platito, pero Lil protestó, apartando la mano.

—¡Alto, cariño! ¿Quién sabe cuándo tendré otra oportunidad como esta?

—Sabes que puedes venir a visitarnos siempre que quieras.

—Jody, la última vez que estuve aquí esto estaba tan congelado como la tundra. Nunca más volveré a poner un pie en esta ciudad en los meses de invierno, a menos que Clark juegue la Super Bowl y se juegue en su campo.

—Bueno, siempre existe esa posibilidad.

—Mira este lugar —dijo Lil, observando a la multitud. Casi todo el mundo llevaba poca ropa en un intento de contrarrestar los imparables rayos del sol. Todos llevaban pantalones cortos, camisetas de tirantes y tops al estilo de Daisy Duke—. Es difícil creer el frío que hace aquí en invierno cuando estás sufriendo este calor.

—Lo sé —aseguró Jody, asintiendo con la cabeza—. Otra delicia del medio oeste. Si no soportas el tiempo, no te preocupes, seguro que cambia en una hora o así.

—No es tan impredecible, ¿verdad, Clark? —preguntó Lil.

—Es bastante jodido —contestó Clark—. El clima es lo peor de vivir aquí. Todo lo demás me encanta.

—Pues bien, espero que así sea, teniendo en cuenta que renovaste tu contrato por dos años más.

—Me hicieron una oferta que no pude rechazar —dijo Clark con una gran sonrisa—. Aparte del dinero, me encanta jugar para los Osos y a Jo-Jo le encanta su trabajo.

—Sí, los dos se están revolcando de felicidad.

Ver a Jody y a su pareja Clark, el atleta más guapo del mundo, tan felices, lo había convencido de que el amor podía conquistarlo todo. Habían bajado hasta el mismísimo infierno antes de lograr la felicidad que tenían ahora, pero cada momento difícil había valido la pena. Después de todo lo que habían sufrido, la pareja seguía siendo un icono para el mundo gay y la imagen perfecta del poder del amor.

Lil y Jody habían sido compañeros de cuarto en Stanford y, a pesar de tener personalidades muy diferentes, se habían hecho muy buenos amigos. Cuando Lil se fijó en él, Jody era un novato tímido y reprimido, prácticamente sin ninguna experiencia como gay. Habían formado una extraña pareja: Jody era serio y ordenado, soportaba horarios casi imposibles para conseguir su título de médicina; Lil, aunque igualmente brillante en su campo, la arquitectura, sabía divertirse mientras luchaba por conseguir sus metas personales. Él era extravagante y descaradamente gay, mientras que Jody, aunque lo era, no lo mostraba de forma tan evidente. Aprovecharon sus diferencias para sacar lo mejor de cada uno, y se convirtieron en muy buenos amigos durante los años de universidad. Ahora, casi quince años después, eran como hermanos.

Lil se alegraba de la felicidad de su amigo, pero extrañaba tenerlo cerca. No había sido realmente lo mismo desde que la pareja había dejado la zona de la Bahía de San Francisco hacía dos años, para mudarse a la ciudad del viento después de que Clark firmara un contrato con los Osos de Chicago. Lil los visitaba tan frecuentemente como podía, pero también estaba teniendo mucho éxito en su carrera y había conseguido un lucrativo contrato con uno de los principales constructores de la costa este. Conseguir un diseño personalizado Lampert era muy importante, sobre todo después de que obtuvieran varios premios a la excelencia en el uso de la energía solar para calentar y enfriar las mansiones que salpicaban las colinas de Danville, California. El negocio de Lil prosperaba y casi no disponía de tiempo para visitarlos, sin embargo, en el ámbito personal todavía volaba en solitario, seguía sin encontrar a ese alguien especial, y no era por falta de intentos. El amor continuaba eludiendo al atractivo moreno que, después de tantos años resaltando su pelo con reflejos, ya era tan rubio como un anuncio de Coppertone . Unos ojos de color azul intenso y un bronceado dorado completaban la imagen del próspero californiano, que seguía brillando intensidad juvenil a pesar de su edad. Una realidad de la que Lil se había quejado hacía unos meses, cuando sopló las treinta y siete velas de su tarta de cumpleaños.

—¡Oh, mira! ¡Helado! Vamos a comprar un cono o algo así —Lil trató de engatusarlos, cogiendo a Jody de la mano y arrastrándolo tras él.

—Lil, no creo que pueda comer nada más —protestó Jody.

—Entonces espera aquí mientras yo voy a por uno, ¿de acuerdo?

—Claro, cariño. Tú mismo.

Lil se abrió paso entre la multitud, tratando de acercarse al puesto, que estaba abarrotado. Finalmente, llegó hasta el mostrador de madera. Contempló el menú y se decidió por un cono de helado de vainilla con sirope de chocolate.

—¿En qué puedo ayudarlo?

Lil apartó la vista del menú, y estaba a punto de pedir cuando se encontró cara a cara con el dueño de aquella voz y se olvidó de lo que estaba a punto de decir. De pie, frente a él, se encontraba el hombre más guapo del mundo, sin punto de comparación. «Ay, joder».

—Esto… ¿Tiene de vainilla?

—Claro —dijo el hombre, sonriendo. Era moreno, tenía el cabello peinado de punta, los ojos negros como el carbón y unas pestañas tan largas y rizadas que parecían postizas. Una barba desaliñada enmarcaba la boca roja de apariencia deliciosa que prácticamente le gritaba: «¡Bésame!». Llevaba puesta una camiseta sin mangas que se estiraba sobre los fuertes músculos de un impresionante pecho. Sin embargo, lo que en realidad llamó su atención fue el tatuaje que le cubría el brazo derecho, como si fuera una manga de brillantes colores primarios.

«Jesús, María y José».

—¿Qué va a pedir?

—A ti, de cualquier manera en la que te pueda tener. —Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera pensar en lo que estaba diciendo.

El moreno se rio, mostrando una dentadura blanca y hermosa, que mejoraba una cara ya de por sí perfecta. El pulso de Lil se aceleró y su pene definitivamente se despertó ante esa magnífica vista.

—¿Quieres un cono?

—Sí, por favor. —Lil estaba sorprendido de que aún pudiera hablar, ya que sentía la boca como si fuera el Sáhara al mediodía.

El guaperas se volvió, cogió un cono y se inclinó para servir el helado, ofreciéndole a Lil una magnífica vista de su trasero. Llevaba puestos unos pantalones cortos blancos que resaltaban sus piernas bronceadas y bien torneadas, sin mencionar un culo respingón que hizo que Lil quisiera recostarse sobre el mostrador y darle un mordisco a cada nalga. Tenía las piernas cubiertas de un ligero vello oscuro, muy atractivo para un hombre que tenía fijación con los osos, o con los cachorros, en este caso.

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